miércoles, 9 de marzo de 2016

La historia de una mujer que soportó 26 años la violencia de su marido

Artículo de El Tiempo, 09 de marzo 2016


Durante 20 años la mujer acudió sin éxito ante varias autoridades para detener el abuso

El día en que recibió una puñalada en el cuello de su pareja, Alicia * llevaba 26 años soportando golpes, insultos y amenazas, y 20 intentando que alguna institución del Estado la protegiera.
Tenía 8 años cuando conoció a su futuro marido, un niño de 13. Era el hijo de la dueña de la casa a donde sus padres la llevaron a vivir, en un cuarto, a ella y a sus cinco hermanos. Cuando cumplió 14, él le propuso que fueran novios.
No quiero tener novio, yo quiero estudiar y trabajar”, le respondió.
Él siguió insistiendo y ella negándose, hasta cuando, en una ‘tomata’, el suegro le dio al muchacho el aval de ennoviarse con la niña. Ella aceptó sin chistar: su padre lo había decidido. En su casa se ejercía el silencio, excepto cuando los padres se enfrentaban a gritos, se recriminaban y se insultaban. Desde ese día, él, que ya tenía 21 años, le decía qué hacer, y ella obedecía. A él y a su suegra. (Lea también: Mujeres que no han ido a la morgue, pero viven al borde de la muerte)
Alicia no recuerda que el muchacho le gustara. Le tenía miedo, porque bebía tanto como su papá. En su casa los hombres decidían y las mujeres obedecían, y callaban, para que ellos no se molestaran.
“En el mundo de mi suegra, y en el de mi mamá, el hombre sale y hace lo que quiera y la mujer hace lo que le dicen”.
Él fue quien decidió que tuvieran un hijo, cuando todavía ni siquiera estaban conviviendo. Ella acababa de terminar quinto de primaria.
“Lo único que le pido es que me deje seguir estudiando”, propuso ella. “Claro que sí”, le prometió él. Alicia vio que era su salvavidas y el de su familia, pues empezó a colaborarle económicamente.


LA PRIMERA GOLPIZA:

A los 16 tuvieron una niña. A los 17, él le propinó la primera paliza.
Me pegaba porque le llevaba el tinto tibio, porque se lo llevaba con poco o con mucho dulce”, recuerda. Le tiraba las cosas, le jalaba el pelo, le daba cachetadas, puños y patadas. “Usted no sirve para nada; toca darle duro, porque a la mujer si no se le da duro no aprende”, gritaba.
El sábado era el peor día. Él, maestro de la construcción, se emborrachaba y llegaba a la casa con el inventario de faltas que, según él, ella había cometido durante la semana: la camisa mal planchada, el arroz que le quedó sin sal, la niña que se cayó y lloraba.
Se volvió mi papá. Por todo me cobraba y me dejaba negros en las piernas y en los brazos por los golpes”.
Cuando tenía tres meses de embarazo de su segundo hijo, le pegó una cachetada y la zarandeó por no pararse a servirle un tinto tan pronto como llegó del trabajo. Ella se lo llevó enseguida, pero del susto no dejó que se calentara bien. Entonces, le tiró encima el pocillo y empezó a perseguirla hasta que la alcanzó en la cama, donde intentó refugiarse, y la empujó al suelo.“Me mató y mató a su hijo”, gritó ella que no se podía levantar del piso del dolor. (Además: El calvario de Tatyana, víctima de su esposo por más de una década)
Ese día, una vecina llegó en su ayuda, y él tuvo que llevarla al médico, a quien le contó que su marido le había pegado. No pasó nada, solo un llamado de atención cuando el marido golpeador explicó que le había dado mal genio.
Después de salir del hospital, Alicia se fue a donde su mamá, que la recibió por ocho días. Pero después le dijo que no quería problemas con el yerno.
No le dé motivos para pegarle, no le saque el mal genio”, recomendó. “Es que yo no le saco el mal genio, él se va a trabajar, se va tranquilo y llega alterado. Yo no sé qué será”, le dijo.
En 1995, lo denunció por primera vez. Un día él llegó borracho y la cogió a patadas porque no le sirvió la comida. Eran las 10 p. m. de un sábado y ella le daba pecho al niño menor. “¿Es que no se va a parar a darme la comida?”, gritó, mientras la cogió de la ropa debajo de las cobijas y la tiró al piso.
Después de calentarle la comida, y aprovechando que él se quedó mirando televisión, ella tomó a la niña de 3 años y se fue a denunciarlo, todavía con la cara cubierta de sangre por una cachetada. Un policía la acompañó de vuelta a la casa y cuando preguntó dónde estaba el señor que le estaba pegando a la esposa, él salió con el bebé en brazos, y sin inmutarse le preguntó: “Mi amor, ¿qué haces en la calle, qué te paso?”.


LA DEJABA CON CANDADO:

El episodio terminó con la recomendación de una funcionaria para que el señor se calmara antes de llegar a la casa, y con un compromiso de él de no volverla a golpear. A los tres meses le volvió a pegar. “Ahí empezó a dejarme con candado, me pegaba y para que no saliera a denunciar me encerraba”.
Cuando cumplió 25 años, Alicia se puso en la tarea de conseguir plata para validar el bachillerato a escondidas. Algunas mujeres del barrio la recomendaron para lavar ropas ajenas dos o tres horas al día. “Apenas él se iba, yo me arreglaba y me iba con los niños. Él no se enteraba porque yo hacía rapidito el trabajo, y volvía y me ponía la ropa de la casa”.
Cuando estaba a punto de terminar noveno se arriesgó a contarle, por consejo de sus profesores, y porque no tenía plata para los derechos de grado. “Estoy estudiando”, le contó, y empezó a mostrarle las cartillas.
Las mujeres que estudian son unas cualquiera”, le dijo mientras le rompía las cartillas y le recitaba su diccionario de palabras soeces.
“Por allá no vuelve”, sentenció, y ella empezó a llorar. “Me dijo que si yo lo seguía haciendo me iba a matar. Ahí fue cuando me amenazó la primera vez”.
Días después, Alicia logró que sus profesores hablaran con su marido y él, para no quedar en evidencia, aceptó dejarla estudiar, y cambió su forma de controlarla. Así logró validar décimo y once y terminar el bachillerato, mientras él le controlaba los horarios y le medía los minutos.
A cambio de dejarla estudiar, ella aceptó tener otro hijo y después nació el cuarto, pero el contacto con los libros empezó a generar una revolución interna en ella, que empezó a estudiar Enfermería, sin contarle.
En el 2001, lo volvió a denunciar, esta vez ante una comisaría.
Estaba terminando Enfermería, cuando en el instituto la citaron a entrevista para las pasantías: tenía que ir bien arreglada y no contestar el celular. Treinta llamadas perdidas de su marido fueron el anuncio de la tormenta. Cuando regresó a la casa ya la estaba esperando, y cuando la vio vestida de falda y bien arreglada, se le fue encima con improperios. “Pero si yo no estaba haciendo nada malo”, le gritó Alicia, mientras le lanzó un tazón con loza que tenía en el lavadero. “Haga lo que se le dé la gana”, lo increpó. “Ya no aguanto más”.
“Pero si llegó muy alzada...”, vociferó él y empezó pegarles con un palo a ella y al hijo de 17 años que intercedió para defenderla. El muchacho salió con la mano lastimada y el padre, con la cara moreteada por los golpes que recibió.
Al día siguiente, en una comisaría de familia, a él le dieron la orden de no volverse a meter con su esposa ni con los niños. “Vengan en un mes”, les dijo la funcionaria y Alicia alcanzó a imaginar lo que serían treinta días al lado de su marido, ahora que lo había vuelto a denunciar.
Algo pasó en la comisaría, porque los citaron a los diez días, y aunque él rompió la primera citación que llegó a la casa sin que su mujer se enterara, los funcionarios llamaron por teléfono y les advirtieron que tenían que asistir. Al marido le dieron un ultimátum para abandonar la casa y le concedieron los dos meses de plazo que pidió.
Mientras se cumplía el plazo, los remitieron a la Defensoría del Pueblo para tramitar la separación. “La abogada que nos asignaron llamó por teléfono a la casa y él contestó”. Alicia lo oyó quejarse de que era un buen marido, que nunca había dejado a sus hijos sin comer y que no podía vivir sin ella. “Si ella se va yo me mato”, dijo al teléfono.


EL GOLPE DE LA DEFENSORÍA:

El día en que fueron a la Defensoría para sellar la separación, Alicia recibió una sorpresa. “Yo no sé usted por qué pelea, yo he visto hombres que de verdad son unas porquerías, pero un esposo como este señor yo no sé dónde lo va a conseguir”, dijo la abogada. Alicia lloró una semana sin parar. Y al final tomó una decisión: “No más denuncias, pero eso sí, voy a seguir estudiando y voy a trabajar, gústele a quien le guste”.
En diciembre de ese año se graduó como auxiliar de enfermería y empezó a trabajar en servicio domiciliario. Él empezó a llamarla a los sitios donde trabajaba y a presionarla para saber con quién estaba. “Los dos no podemos seguir así”, le dijo ella. Pero el problema no paró y, para calmarse, Alicia aceptó la recomendación de una cuñada de asistir a un grupo religioso. Allí, ella y sus hijos menores recibieron terapia con la psicóloga.
En todo el proceso entendí que estaba viviendo una farsa”.
Entonces convenció a su marido de ir a consulta, pero después de tres sesiones, la profesional le dio su diagnóstico: “Él solo piensa que usted es un objeto que puede tener como se le dé la gana”. Y entonces, escuchó la recomendación más seria que le habían hecho hasta el momento: “Tiene que tener mucho cuidado, porque no la va a dejar, pase lo que pase no la va a dejar”.
El 31 de mayo del 2015 había completado un año y dos meses de trabajo, cuando su jefe la llamó. Su marido lo había llamado a hablarle mal de ella. No era la primera vez. “Se lo había advertido, Alicia, si él vuelve a llamar, lo mejor es que se busque otro trabajo”.
Cuando le reclamó por sabotearle el trabajo, comenzó a zarandearla y le echó candado. “Le toca denunciar”, le dijeron al día siguiente en el centro religioso, y la acompañó una funcionaria de la Secretaría de la Mujer. Por tercera vez acudía a la justicia. (Lea aquí: Cada día, 171 mujeres son víctimas de maltrato intrafamiliar)
“Usted no puede volver a esa casa, ese señor la va a matar”, le advirtieron. Y la mandaron con sus hijos de 10 y 6 años a una casa refugio, donde estuvo cuatro meses. De allí salió con trabajo, pero todavía no había recibido su primer sueldo para pagar el arriendo. Acudió entonces a su hijo mayor, que la recibió por una semana. “Lo siento, mamá, se tiene que ir, porque la dueña de la casa no acepta niños”, le dijo el domingo. Su hija mayor intentó ayudarla, pero no consiguió dónde quedarse. “Mamá, tiene que volver a la casa mientras consigue”, sentenció.


LA PUÑALADA FINAL:

“A su casa no debe volver”, le habían dicho en la casa refugio. Pero allá llegó con sus hijos. “No tengo dónde quedarme”, le dijo a su marido. “Como la casa es de todos, yo merezco una parte, me quedo en el segundo piso y usted, en el primero. Cada uno paga su comida y hace su oficio”, advirtió. “Claro, mi amor, como tú digas”, respondió él. Y pasaron dos semanas. Alicia se iba a trabajar a las 5 de la mañana y volvía a las 7 de la noche. Llegó el segundo viernes y ese día ella, hablando con su hija mayor, se quedó dormida.
De repente, desde lo profundo del sueño de la madrugada un golpe seco en el cuello la despertó. Cuando abrió los ojos vio a su marido, que por segunda vez se disponía a descargarle una puñalada. Los niños se despertaron. La hija mayor agarró a su papá por detrás en momentos en que Alicia se desmayó. Sus hijos la sacaron como pudieron a otra alcoba.
El hombre la alcanzó hasta el cuarto donde se había refugiado con los niños. “La mato a usted y me mato yo, si no es para mí no es para nadie”, le gritaba mientras les tiraba con el cuchillo. De ese episodio le quedaron cicatrices en las piernas porque intentó defenderse del ataque a patadas.
Estuvo cinco días hospitalizada. A pesar de todo, se siente libre. Del día del ataque recuerda que se miró al espejo, después de que llegó la Policía, y se vio cubierta de sangre. “Por fin soy libre y estoy viva”, dice.
Yolanda Gómez T. Editora EL TIEMPO * Para proteger a la víctima el nombre fue cambiado.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Cada hora, dos niñas son víctimas de la violencia sexual en Colombia

Artículo de El Tiempo, del 10 de Octubre de 2013


La violencia sexual es uno de los principales dramas que enfrentan las niñas colombianas. Entre enero y septiembre pasados, según el Instituto de Medicina Legal, se presentaron 11.333 casos de violencia sexual de menores, de los cuales el 83 por ciento correspondieron a niñas (9.423 casos). Es decir, cada hora dos niñas son víctimas de algún tipo de agresión sexual.
El último de esos casos que ha trascendido es el de María Paula Hernández, de 11 años, quien en su casa en Usaquén, en el norte de Bogotá, fue víctima de violencia sexual y luego fue asesinada. Este miércoles, la Fiscalía decidió llamar a interrogatorio a la mujer que la cuidaba.
En el 2012, Medicina Legal practicó 16.421 exámenes médico-legales por presuntos delitos sexuales contra menores de edad, de los cuales 13.575 (el 82 por ciento) fueron realizados a niñas entre los 0 y 17 años. En el 2011 fueron 19.617.
Los actos de violencia sexual son el abuso, el acceso carnal violento, el asalto sexual, la pornografía, la esclavitud sexual, trata o prostitución forzada.
Del informe se destaca que los principales agresores están cerca de las niñas. En el 39 por ciento de los casos, el victimario era un familiar; en el 9 por ciento, un conocido; en el 9 por ciento, un amigo de la casa y en el 8 por ciento, un vecino.
Estas cifras se dan a conocer a propósito de la conmemoración del Día Internacional de la Niña, proclamado por Naciones Unidas y el cual se celebra mañana, y que llama la atención de los gobiernos sobre la discriminación y otros problemas que afectan a las niñas.
Además de la violencia sexual, las niñas colombianas son víctimas de pobreza, violencia y desplazamiento forzado y de explotación laboral. En el 2012, Medicina Legal determinó que cada día, 39 niñas fueron víctimas de diferentes tipos de violencia. Al año, 171 son asesinadas y 60 se suicidan.
Entre enero y agosto de este año, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) ha atendido a 15.859 niñas y adolescentes que han sufrido algún tipo de violencia o vulneración de derechos.
Los motivos de ingreso más frecuentes son abuso sexual (4.078 casos), maltrato infantil (2.766), condiciones especiales de los cuidadores (discapacidad, privación de la libertad, ausencia prolongada del país), secuestro o evasión de la justicia (2.717) y responsabilidad penal o conflicto con la ley (1.072).
El 46 por ciento de los casos de vulneración se concentran en Bogotá (2.815 casos), Valle del Cauca (2.048), Cundinamarca (938), Atlántico (780) y Nariño (732).
Pero este flagelo también es porque en las áreas cultural y social “se toleran las manifestaciones de violencia contra las mujeres, mucho más cuando se trata de niñas y adolescentes”, según Adriana González, directora encargada del ICBF.
Según la Fundación Plan -entidad abanderada de la celebración del Día Internacional de la Niña-, muchas niñas no acceden a los mismos derechos de los niños (como por ejemplo, educación y recreación) porque existen culturas en las que se cree que los niños (varones) representan cierta superioridad.
Gabriela Bucher, gerente de la Fundación Plan, afirmó que en muchos casos las niñas sobrellevan la carga de la pobreza y la perpetúan cuando se convierten en madres adolescentes, frustrando, de paso, sus proyectos de vida.
“En Colombia, una de cada cinco adolescentes ya es madre o está embarazada, según la Encuesta de Demografía y Salud del 2010. Muchas de esas niñas no vuelven a estudiar”, explicó Bucher.
Las cifras de embarazos tempranos son más altas en Amazonas (35 por ciento) y Chocó (29 por ciento). El promedio nacional es del 19 por ciento.
En Cartagena, las niñas son dueñas de su destino
“Yo no quiero quedar embarazada tan pequeña. Nadie puede irrespetarme ni tocar mi cuerpo”, dice con simpatía la niña, de 12 años, mientras juega con un grupo de amigas y vecinas del sector de El Pozón, en Cartagena.
Ella es una de las 500 niñas y adolescentes de esa ciudad, y de varios municipios vecinos, que conforman el proyecto ‘Conduciendo nuestros destinos’, de la Fundación Plan.
Esta iniciativa busca blindar a estas niñas de los riesgos que corren en sus comunidades, como la violencia sexual, los embarazos tempranos, el consumo de drogas, la violencia intrafamiliar y el pandillismo.
“He aprendido a ser fuerte, a quererme mucho, a que el estudio es lo más importante”, dice otra de las niñas, quien considera que muchas adolescentes quedan embarazadas no porque desconozcan los métodos de planificación, sino por falta de autoestima y de un proyecto de vida claro.
“Creo que uno de los problemas más graves de las niñas es la violación. A muchas niñas de aquí las han violado, y eso les daña la vida”, opina otra de las participantes del proyecto y quien se ha convertido en una líder de su comunidad.
“A las otras niñas les digo que todo hay que hacerlo a su tiempo: tener novio, tener hijos. Primero hay que estudiar”, sigue ella, y denuncia que en El Pozón las pandillas se han convertido en una amenaza para las niñas y jóvenes.
“Muchas niñas se enamoran de los pandilleros y terminan convertidas en pandilleras, robando a la gente y consumiendo drogas”, añade.
El drama de dos menores que recuperaron su vida
‘Es muy cruel ver a mi hijo llorar de hambre’
"Tenía 13 años y la mujer de mi hermano me presentó a un muchacho de 18, amigo de ella. Él me dijo que yo le gustaba mucho.
Empezamos a salir y al poco tiempo me propuso que me fuera a vivir con él en una pieza, en el barrio Olaya, en El Pozón (Cartagena), y acepté. Yo no había tenido relaciones sexuales, y no sabía cómo era eso. Al poco tiempo quedé embarazada.
Al principio, mi marido era muy especial, pero después se volvió agresivo: me pegaba puños, me arrastraba del pelo, me insultaba, me dejaba encerrada, sin comida.
Tuve mi hijo, que es un bebé hermoso, una gran bendición, pero es muy duro verlo llorar de hambre porque no tengo comida para darle.
Hace seis meses llegué con mi hijo a la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar. Tenía un ojo morado porque mi marido me había pegado la noche anterior. Nos hicieron exámenes. Mi hijo y yo estábamos desnutridos.
Aquí nos han dado mucha ayuda; volví al colegio y estudio panadería. Quiero que a mi hijo no le falté nada. Tengo 17 años y le pido a Dios que cambie a mi marido, porque quiero volver con él.
‘Desde los 13 años me explotaron’
Una amiga me dijo: ‘Vuélese de la casa y véngase a vivir conmigo’. Yo tenía 13 años y estaba desesperada porque mis papás peleaban mucho, me pegaban y pasábamos hambre.
Ella me dijo que para ganar plata me tenía que desnudar, dejarme tomar fotos y hacerles cosas a los hombres, y me decía que mi virginidad valía mucha plata. No sé cuánto le pagarían, pero a mí me dio 200.000 pesos.
No sabía que eso era un delito, y como un primo me había violado cuando yo tenía ocho años, no tenía autoestima.
En Cartagena, a muchas niñas nos venden como mercancía a los turistas. Había un carpero (hombre que alquila carpas en las playas) que me ofrecía a los extranjeros, que me llevaban a hoteles y a apartamentos. Para acostarme con ellos empecé a consumir drogas.
Unos ecuatorianos nos iban a sacar del país, a una amiga y mí, con la promesa de que nos iban a dar ropa y mucha plata, pero la Policía se dio cuenta y los metieron a la cárcel, y a nosotras nos llevaron para el Bienestar Familiar. Pero me escapé y volví a la calle.
Después de cuatro años en esas conocí una fundación que me dio la mano, que me enseñó a valorarme y donde superé mi adicción. Acabo de cumplir 18 años, estudio turismo y doy charlas en colegios de Cartagena para que las niñas no caigan en las redes de explotación sexual, para que no repitan mi historia

lunes, 3 de agosto de 2015

Los crímenes olvidados de las FARC

Artículo de Revista Semana.com del 25 de agosto de 2015.


Semana conoció en exclusiva detalles de los centenares de violaciones a mujeres civiles que no tienen relación con el conflicto y que hacen parte de uno de los delitos atroces de las FARC.

Pocos delitos merecen mayor repudio y son tan aberrantes como la violación de mujeres. Peor aún cuando la víctima es una menor de edad. Las secuelas son permanentes y el crimen se convierte en un fantasma que nunca abandona a sus víctimas.

Sin embargo, en un país como Colombia, que se acostumbró a ver como algo cotidiano y casi rutinario masacres o vendettas mafiosas, la violencia sexual contra las mujeres es considerada por muchos un tema secundario del que poco o casi nada se habla. El asunto es todavía más ignorado cuando las mujeres son abusadas sexualmente por algunos de los actores del conflicto, casos que generalmente ocurren en las veredas, corregimientos y municipios apartados.

Tras la desmovilización de los grupos paramilitares y durante el proceso de Justicia y Paz, el país conoció los vejámenes y las aberrantes prácticas de violencia sexual desarrolladas durante años por esos grupos. Casos como el de Hernán Giraldo, el extraditado jefe paramilitar de la Sierra Nevada que violó centenares de niñas vírgenes menores de 15 años, fueron conocidos por la justicia y la opinión pública. Decenas de desmovilizados de las AUC también han contado en años recientes cómo parte de la expansión y estrategia de terror de los bloques paramilitares consistió en implementar una política sistemática basada en violar a las mujeres en los lugares a los que llegaban.

Si bien la desmovilización paramilitar permitió conocer parte de ese horror, la realidad es que el tema de la violencia sexual contra las mujeres por parte de otro de los principales protagonistas del conflicto, las Farc, ha permanecido ignorado durante décadas. No solo por la propia guerrilla, sino por el propio Estado.

Lo poco que hasta ahora se sabía sobre abusos sexuales en las Farc se ha conocido por los testimonios de las guerrilleras desmovilizadas, reinsertadas o capturadas. Muchas de ellas han contado en detalle que cuando hicieron parte de las filas de la subversión fueron violadas por sus comandantes o compañeros, y en no pocos casos convertidas en esclavas sexuales. Si bien esas prácticas en las filas no son menos aberrantes, hay una que hasta ahora se conoce y es la de violación de civiles por parte de la guerrilla.

En medio del proceso de paz que se adelanta con las Farc, la Fiscalía General empezó a documentar y a recolectar por todo el país centenares de expedientes de todo tipo que involucran a esa guerrilla, con el fin de determinar las diferentes clases de delitos y así poder individualizar y eventualmente imputar a los responsables. Secuestro, reclutamiento de menores, desplazamiento forzado, entre otros, hacen parte de los temas. Hace un poco más de dos meses, a la dirección de análisis y contexto de esa entidad –Dinar– le correspondió hacer esa labor y uno de los temas prioritarios fue el de violencia sexual.

Los fiscales e investigadores comenzaron a recolectar los casos que durante años estuvieron acumulando polvo en despachos desperdigados a lo largo y ancho del país. También comenzaron a solicitar y cruzar información de entidades en las que existían denuncias de violencia sexual que no necesariamente estaban en la Fiscalía. Fue así como tuvieron acceso a los casos documentados por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar –ICBF– y la impresionante base de datos de la Defensoría del Pueblo, entidad que no solo tiene una amplísima cobertura en todo el país, sino que por su naturaleza misma genera la mayor confianza entre las víctimas al momento de denunciar.

El resultado de lo que hasta ahora han encontrado en escasos dos meses es impactante. En la Dinar ya reposan y están documentados 428 casos de mujeres civiles que fueron abusadas sexualmente por hombres de las Farc. También están los casos de 118 niñas menores de edad, con rangos de edad entre los 4 y 17 años, que fueron víctimas de integrantes de esa guerrilla. Incluso hay cerca de diez casos documentados en los que las víctimas fueron hombres, dos de ellos niños.

No se trata de un asunto menor. Los más de 500 casos documentados en un periodo tan corto son bastante reveladores, y dan una idea de la dimensión de lo que ocurrió durante décadas en el país y que nadie quiso ver hasta ahora. Lo que hasta ahora se ha investigado abarca entre 1995 y 2014. Los fiscales no dudan que esa cifra de víctimas se disparará en cuanto se adelante el trabajo en terreno y se conozcan los casos de víctimas que no están registradas o nunca denunciaron. El análisis evidencia también que prácticamente no existe una sola estructura de las Farc a nivel nacional que no tenga casos de violación de mujeres.

Los testimonios de las víctimas son estremecedores y dejan en evidencia un nivel que raya en la barbarie. Uno de ellos es el de cinco mujeres de una misma familia, con rangos de edad entre los 9 y 70 años de edad, que fueron abusadas sexualmente sin razón alguna. También están los de mujeres embarazadas que fueron víctimas por el simple hecho de ser familiares o conocer a alguien en las Fuerzas Armadas. No menos dramáticas son las declaraciones de mujeres que fueron violadas por grupos de hasta diez guerrilleros quienes, adicionalmente, obligaron a sus hijos y esposos a presenciar el abuso. Como estos son decenas de casos que están en la Defensoría, el ICBF y la Fiscalía a los que tuvo acceso SEMANA, que se abstiene por razones obvias de seguridad de revelar la identidad de las víctimas (ver recuadros).

El trabajo que está realizando la unidad de análisis y contexto de la Fiscalía busca determinar si, como ocurrió con los grupos paramilitares en su momento, la violación de mujeres de las Farc se trató de una política sistemática por parte de ese grupo. La importancia de esa labor, más allá de prestarle por primera vez atención a las víctimas sexuales de la guerrilla, consiste en que de probar la sistematicidad de esa conducta se trataría ni más ni menos que de crímenes considerados de lesa humanidad. Falta ver las consecuencias jurídicas que esto tendría y el impacto que esto pueda tener sobre los diálogos en La Habana. Por ahora lo que sin lugar a dudas es meritorio es que estos crímenes olvidados saldrán a la luz.

martes, 28 de julio de 2015

Denuncias Inivisibles en Colombia

Las personas que realmente me conocen saben que una de mis pasiones es la investigación y redacción sobre temas de derechos humanos. El tema de las violaciones de derechos humanos es algo que me indigna no sólo como mujer sino como ser humano, porque son injusticias que no distinguen sexo, edad ni nacionalidad.

Me convertí en blogger en el 2008, después que ví en HBO el documental “The Greatest Silence: Rape in the Congo” que mostraba una realidad que en ese entonces desconocía: las violaciones en la República Democrática del Congo como arma de guerra. Congo es considerado “el peor lugar en la tierra para ser mujer” y tiene el peor índice de violencia sexual del mundo. Se han registrado 1.152 víctimas de violación diarias, lo que equivale a 48 violaciones por hora. Pero como si no bastará con la escalofriante cifra, las violaciones en Congo no se tratan del desahogo de un hombre, sino que tienen el objetivo de acabar con la identidad de sus víctimas, generar el repudio hacia ellas, expulsar a la gente de sus pueblos y finalmente tener el control de las tierras. Por eso en las violaciones de Congo, los agresores introducen objetos cortantes, punzantes y productos tóxicos, en los cuerpos de sus víctimas con el fin de también destruir sus órganos reproductores.

Después de abrir los ojos a esta realidad que vive Congo, decidí ayudar a ser la voz de estas víctimas y crear "Mujeres del Congo" un blog para publicar las escasas noticias que se consiguen y reportes que me mandan algunas ong's para poner estas historias en el punto de mira. El blog ha tenido un importante impacto y respuestas a nivel mundial -sobre todo en España e Italia- y está en el ranking de los blogs de DDHH es español más leídos según Google, con más de 45.000 visitas.

Todo esto es para ponerlos en contexto sobre la razón de este nuevo blog. Colombia vive desde la decada de 1960 aprox. un conflicto armado interno a causa de la guerrilla, los grupos paramilitares y el narcotráfico, y detrás de esta guerra hay un sinnúmero de violaciones de derechos humanos que tienen mucho en común con las víctimas del Congo: esclavitud sexual, violaciones, desplazados, secuestros,  posesión de las tierras, minas antipersonas, entre otros.
UNICEF también alertó sobre la incidencia de violaciones sexuales a niños "Cada hora dos niños son victimas de abuso sexual". Por otro lado, los ataques con ácido ya han alcanzado un nivel comparable con Afganistán o Bangladesh. De hecho, según un análisis de la web española feminicidio.net, Colombia se sitúa en el primer lugar de paises en el mundo que sufren ataques con ácidos a mujeres.

Pero pese a esta problemática social nacional y a las denuncias, la impunidad es otra crueldad que sufren las víctimas, por eso desde hoy este blog publicará sobre las “Denuncias Invisibles en Colombia” y sacará a la luz estas noticias que poco rotan en nuestros medios de comunicación.

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